A semanas de haber desembarcado a nuestro mercado, Motriz se subió a la versión más rabiosa del Golf que se alimenta con el motor 2.0TSI con turbo inyección de 220 CV. En el siguiente informe todo, lo referido acerca del modelo que más nos costó devolver.

El hecho de que uno este constantemente probando autos, hace que se habitúe a estar a bordo de buenos vehículos. Esto, lleva a que uno se sorprenda cada vez menos con lo que conduce. Por suerte, hay situaciones muy puntuales en las que
se nos cruza en el camino un modelo que nos pega un
“cachatezo” y nos hace sentir agradecidos de esta profesión.
Esto fue lo que nos sucedió la semana pasada cuando nos pusimos a bordo del recién desembarcado,
Golf GTi (se fabrica en México), la versión
deportiva de la séptima generación de hatchback que se comercializa hace un año en nuestro mercado.

Siempre que en la
parrilla de un auto o en su
portón trasero se encuentren inscriptas las
siglas GTi (Gran Turismo Inyección), es un claro indicio de que se está en presencia de un modelo de comportamiento deportivo. Pero lo es mucho más cuando está presente en un
Volkswagen Golf, ya que su historia se remonta al año 1976 cuando apareció su primera generación con 110 CV. Hoy, 40 años después y con más de dos millones de Golf GTi vendidos, esta versión se ha convertido en
todo un icono.
En esta versión algunos puristas pueden opinar que le falta ese aspecto indómito de sus primeros hermanos y que es demasiado discreto. Pero lo cierto es que nos cansamos de levantar miradas mientras lo probamos durante una semana. A diferencia de su versión convencional,este Golf se destaca específicamente por el frontal con el filete rojo que recorre la trompa y la rejilla alar que cubre los antiniebla delanteros. Pero lo que quizás más exterioriza su estirpe deportiva, son sus increíbles llantas Austin de 18″, que como en todo deportivo de pura cepa, dejan ver las pinzas de freno rojas. Después, aparecen detalles que son a la vez funcionales como el spoiler trasero deportivo y la doble salida de escape cromada.

En su interior es notoria la
calidad de las terminaciones de todos sus materiales. La identidad de esta edición se puede visualizar y se puede palpar en: los
tapizados de cuero negro con sus costuras rojas, en los paneles, en la pedalera y el reposa pie de aluminio, manijas de puertas, apoyabrazos y en su volante multi función con un inmejorable grip.

Imposible no destacar su
tablero (velocímetro, tacómetro, temperatura de agua, nivel de combustible, con el gran display central que muestra toda la información de viaje, la navegación y hasta un cronómetro),entre otros. La consola central está dominada por una
pantalla táctil de 5,8″, desde la que se gestiona el audio, la navegación y donde se puede aparece el Park Assist, el sistema de sensores delanteros y traseros de estacionamiento. Debajo de ésta se encuentra el
climatizador automático digital bizona (Climatronic).

Sus
butacas delanteras merecen un capítulo aparte: además de ser muy vistosas, son muy cómodas. Sus amplias alteas laterales invitan a tomar curvas en velocidad sin despegarse del asiento nunca. Pese a su concepción de coche deportivo, sus plazas traseras permiten que dos adultos y un menor viajen cómodos. El baúl es de 380 litros, nada mal para un deportivo de esta índole.

Pero todo lo mejor de este Golf Gti, se encuentra
debajo de su capot. Hablamos de un motor
naftero 2.0 TSI con turbo e inyección directa, que rinde 220 CV de fuerza entre 4.500 y 6.200 rpm. Se combina con una caja automática de doble embrague DSG y seis marchas (con función manual). Aquí, otra vez los más puristas pueden regañarle, y con razón, la
falta de una caja manual.

Pero lo cierto es que, una vez que uno se acostumbra a interactuar con su caja DSG, y recibe a cambio una gran elasticidad y agilidad en toda situación de marcha. Y ni hablar cuando empieza a
interactuar con sus levas al volante y selecciona su modo Sport (estira el régimen en los cambios ascendentes y hace más rápidos los descendentes), se olvida rápidamente de lo que una caja manual podría haber resultado en combinación con este vigoroso propulsor.

Mientras nos esmerabamos en buscar un buen lugar par poder acelerar sin tapujos a este Gti, le dimos el uso habitual de un
citadino convencional y en este rol, el auto presenta una personalidad dócil. Su
confort de marcha es impecable y nada, pero nada de ruidos, se escuchan una vez subidas las ventanillas. Es interesante destacar, su consumo en este contexto: En
ciudad ronda los 10 l/100 km y en ruta, a 120 km/h, dos litros menos. A este ahorro de nafta, colabora el
sistema Start & Stop (puede desconectarse), que detiene y arranca el motor cuando uno el auto está parado por segundos.
En lo único que hay que ser cautos, y en el que hay que bajar el nivel de exigencias, debido a la genética del auto, es sus
neumáticos de perfil de bajo que merecen atención especial con pozos e irregularidades y que cuando el pavimento no es del todo liso, transmite sequedades.

Pero por suerte llegó el día de poder
“sacarle el diablo de adentro”. Para ello, nada mejor que un circuito y hasta allí nos acercamos. Todos los datos teóricos que la marca suele informar, se empezaron a encarnar. Lo primero que apareció, fue su registro de los 6 y un poquito más de centésimas de segundos, para llegar de 0 a 100 km/h.
Luego, con el auto en marcha, sorprende la reacción y los pocos segundos que se necesitan, para pasar:
De 80 a 130 km/h en apenas 5 segundos. La velocidad final que declara la marca es de
244 km/h de velocidad máxima. En nuestro caso, en recta lo máximo que alcanzamos fueron 210 km/h. Solo basta agregar que, a medida que se lo acelera, su ronroneo engolosina a cualquiera. En conclusión, es un deportivo civilizado.
Precio
Quien busca este tipo de versiones con “pimienta” siempre está dispuesto a invertir más; de hecho, son ediciones exclusivas. Sin embargo, los
$610.000 de este Gti, desalentó a algunos que esperaban con ansias su precio. Pero como se dice en la jerga:
“A cada auto hay que buscarle su novio”, y en este caso estamos seguros que aparecerán muchos pretendientes dispuestos a desembolsar ese valor sugerido e incluso el precio “inflado” que el concesionario termina determinando por la falta de una correcta política de control de precios por parte de la marca.